EL POKER DE "EL GRILLO" (CRÓNICA)
Lima, Casino Atlantic City. Es viernes y noviembre.
Por años se ha hablado, con cierto sesgo totalizante, sobre las cualidades principales de un jugador de poker. La literatura al respecto dicta que, más allá del aspecto técnico, para alcanzar un nivel profesional o semiprofesional del juego se necesita mucha paciencia, dominio de las emociones, perder el miedo al riesgo y, por sobre todo, pero por sobre todo, ser conciente de lo extremadamente volubles que son sus dioses, la santa trinidad del naipe: San Azar, Santa Varianza, y su hijo travieso, de nombre Bad y apellido Beat.
Todos estos asuntos son interesantes de tratar. Empero, del poker hay algo que siempre me ha llamado mucho la atención: sus códigos de comportamiento, que, en la mayoría de los casos, para quienes echan astutamente mano de ello, se convierten en un poderosísimo recurso para vencer. Siempre lo pensé, el poker es un discurso retórico, en donde la habilidad del jugador radica precisamente en estructurar un texto verosímil con todos sus componentes (cartas, apuestas, lenguaje verbal, cuerpo) para persuadir y, por ende, dominar al contrincante.
No hace mucho que finalizó la última parada del Latin American Poker Tour en Lima, con una muy notable participación peruana en el evento principal. Como saben, el torneo es atractivo tanto por la bolsa de premios, así como por la participación de casi todos los profesionales de la región. En esta edición, el evento tuvo dos presencias internacionales de lujo, Chris Moneymaker y Vanessa Selbs. Por supuesto, quien escribe no pudo resistir la curiosidad y fue a conocerlos personalmente (de ello quizás hable en otro momento).
Por lo pronto, les contaré que transcurría el Día 2 del LAPT y se jugaba un torneo paralelo (de $500.00 de Buy In, si mal no recuerdo). Antes de irme a casa luego del trabajo, pensé en ingresar al casino para ver como se desenvolvía el evento y reconocer una que otra cara famosa. Subí al segundo nivel. De entre las muchas mesas, había una que parecía especialmente divertida. Me acerqué, y entre los jugadores, varios de ellos extranjeros, reconocí al mexicano Christian de León, «El Grillo», Team Pro de PokerStars. Entonces decidí quedarme a observar la mesa, además que mi ubicación me permitía ver todas las incidencias del juego.
«El Grillo», camisa a cuadros y gafas de rigor, era el punto de atención de la mesa. Es más, diría que ese era su objetivo. Se mostraba amable con la dealer, intercambiaba palabras con los foráneos, saludaba no sin alegría a los miembros del equipo PokerStars y a los organizadores del LAPT; participaba activamente de cualquier tema de conversación que aparecía en el momento, tales como diferencias culturales, comidas, especulaciones sobre alguna mano, chistes de todo calibre, en fin. El tipo era feliz, un legítimo pez en el agua. No era el sujeto de la televisión ni de los miles de dólares en ganancias, sino alguien que con humildad y simpatía entablaba una relación amical con sus rivales. « ¿Le enseño una carta, mi amigo? Usted elija» « ¿La señorita dijo All In? Uy, pues creo que estoy perdiendo. Buena mano, ¿cuál es su nombre?» «No pienses tanto, hermano, ¡Reviéntala! Así le decimos en México al push, ¿Aquí cómo le dicen?« (pensé en nuestro celebérrimo grito «Todo el choclo!!!»).
Sin embargo, dentro de toda su cordialidad para con el resto de la mesa, en los casi 45 minutos que estuve de pie mirando, noté que, a la par, él estaba muy atento al juego. Allí estaba la diferencia con los rivales. Conversaba, se divertía, pero jamás mostró indiferencia hacia la mesa. El dealer lanzaba las cartas, y estas era lo último que miraba. En tanto el de primera posición levantaba su par de cartas, «El Grillo» ya lo estaba observando. Fold. El siguiente recibía sus cartas, y ya le tenía los ojos pegados, a veces entre alguna anécdota, o formulándole una pregunta trivial. Fold. Le toca al botón, y de nuevo «El Grillo» pendiente de, quizás, cómo el jugador toca las fichas, mueve el cuerpo, quién sabe. Algo buscaría, la extrañeza dentro del patrón, de verdad quién sabe. Al final, luego de todos ellos, recién él miraba sus cartas y ejecutaba su movimiento, nunca sin perder la fluidez dialógica, ni el hilo jocoso de la mesa. En esos momentos yo imaginaba que emitía un doble discurso en su interior; es decir, por fuera articulaba su discurso con naturalidad, pero por dentro su conciencia ordenaba, también en forma de discurso, la información extraída de la observación precedente. «Ah sí, amigo, soy de México. ¿Usted de dónde es?» («Ajá, lleva mano, ha mirado mis fichas inmediatamente luego de ver sus cartas, creo que le gustó lo que vio»).
La comprobación irrefutable de ese doble discurso en su interior vino unos minutos después. Para mí, fue la prueba máxima de que, dentro de ese juego, él no estaba jugando, o no al menos como los demás. Sí, «El Grillo», ante todo, estaba jugando al poker, P-O-K-E-R, señores.
A dos posiciones de «El Grillo», un señor cuarentón se había ganado la confianza del Team Pro. En realidad, eran los que más conversaban en la mesa mientras yo estaba allí. De repente, ya se habían cruzado en otro momento, en otro torneo, no lo sé. Lo cierto es que parecían conocerse bien. De pronto, vino una jugada curiosa: el señor en cuestión abre la mano desde posición temprana; toda la mesa foldea. Hasta que le llega la acción a «El Grillo», quien mira sus cartas, hace un pausa, coge su pila de fichas de más valor, y las lleva al centro de la mesa, «¡All In!», por todo el stack del open raise. El señor piensa por unos segundos, y entre tímido y fastidiado, lanza sus cartas a la dealer. Mientras «El Grillo» recogía sus fichas, la mesa le pidió que muestre una carta, como lo venía haciendo toda la noche. Pensamos que no tendría problemas en hacerlo, pero, para sorpresa de todos, no aceptó. Sin dejar de ser cortés, no explicaba el por qué, solo sonreía. De pronto, intempestivamente, el señor cuarentón estiró una de sus manos, cogió las cartas del Team Pro, que todavía la dealer no había devuelto al mazo, y las volteó. AK en off. Todos lanzaron una carcajada al ver que «El Grillo», esta vez, no iba de farol. Todos rieron, todos, menos «El Grillo», quien, molestísimo, de inmediato se dirigió a la dealer y le solicitó que llame al director del torneo. Sin preguntar por qué, la dealer llamó al supervisor, y el supervisor al otro supervisor, hasta llegar, de boca en boca, al director. Medio LAPT se paralizó. No pasó ni un minuto, y el director del torneo, uno hombre de traje, se acercaba a la mesa muy dispuesto. Al escuchar la narración de lo sucedido por la dealer y el Team Pro, de inmediato su rostro enfureció, miró al señor cuarentón con cierto desprecio, como si se tratase de una especie rara. El castigo fue tajante: pararse de la mesa por las tres manos siguientes, y de reincidir en su conducta, sería expulsado un nivel de ciegas completo. El hombre, con un claro sentimiento de culpa, aceptó su falta, y el rechazo implícito de toda la mesa. Una vez tomadas las medidas del caso, «El Grillo» le dirigió unas palabras que, personalmente, evidenciaron todo su profesionalismo en esto: «No es nada personal, mi amigo, pero lo que hiciste no me gustó para nada, pues mostraste información que yo no quería revelar».
El señor cuarentón había roto un código sagrado del juego. Había confundido las dimensiones en la mesa. Creía que la diplomacia, cortesía y camaradería propia de una buena partida de poker, podría dar licencia a que se transgreda el juego mismo, su retoricidad, su lenguaje, su ética, su secreto. Sin duda, una conducta absolutamente reprochable.
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